“Mi posición es que no había otra (opción). Que nos íbamos derechito a Cuba. Yo lo que quiero señalar es que probablemente al principio, en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiesen muertos, pero ya en el 78, el 82, cuando siguen ocurriendo, ahí ya no, porque había control del territorio”.
Como si no fuese suficiente su comentado punto de prensa sobre las cámaras del Estadio Nacional, la carrera presidencial de Evelyn Matthei enfrenta un nuevo “tropiezo”, tras su entrevista con Radio Agricultura y sus comentarios ante el Golpe de Estado de 1973 y la Dictadura militar que le siguió por 17 años.
La crítica colectiva no se hizo esperar, y puede que llame la atención el dejo de sorpresa en las reacciones del oficialismo. La postura de la candidata de Chile Vamos no es desconocida, pero el refresco a la memoria que trajo la opinión pública ha cumplido un rol fiscalizador del pasado, cuya mentalidad es resistente a la luz de gas.
Lo anterior es sumamente necesario, sobre todo cuando la declaración “parche” a esta serie de comentarios resultó en un delirio a la defensiva, acusatorio “del rol” de cada sector político en secuestros, asesinatos, violaciones y desapariciones forzadas. Se trata de una postura relativista que no es novedad, pero es alarmante.
Un eco peligroso
Es un hecho. Las generaciones X y Alpha moldean, día a día, su visión del mundo a la orden del algoritmo y las tendencias, donde lo “cómodo” se postula como un modelo ideal. En un ecosistema digital tan propenso a los vacíos, y a la vez considerado fuente verídica de información, las ideas autoritarias encontraron un espacio fértil; y sus representantes, un centro de reclutamiento.
Los relatos simplificados, higienizados y peligrosos (disfrazados de lo “edgy”), como los del negacionismo, y en este caso, del revisionismo, se legitiman cuando es discurso de las figuras contingentes. Que no sorprendan los efectos secundarios cuando la caja de resonancia es una figura presidencial en ascenso.

Ante un discurso que no niega las violaciones a los derechos humanos (y que, en cambio, los justifica), es crucial una fiscalización objetiva y sin matices políticos. Lo sucedido en Radio Agricultura no es un simple descuido comunicacional o una mala gestión de prensa. Es una elección a ojos abiertos, que se nutre de la tensión ideológica y la justificación política a crímenes de lesa humanidad que aún pesan en núcleos familiares, hoy activistas para el nunca más.
Son 3.216 asesinatos y desapariciones forzadas que se han puesto en cuestionamiento; más de 40 mil víctimas de prisión política y tortura que, bajo el discurso orgulloso de Matthei, fueron un mero método de control del territorio, en una “guerra civil” de David contra Goliath.
Esta revisión forzosa a la historia de nuestro país, cuya democracia es todavía muy joven, no propone una reconciliación con el pasado, y no debiera ser considerada siquiera una revancha narrativa. Se ha puesto en jaque la garantía mínima de la democracia, donde siempre existen más opciones. Afirmar que los crímenes de Estado se justifican en nombre del orden, y donde sus víctimas son daños colaterales de una etapa “necesaria” no se condice con el país que queremos. No es el país que debemos permitir.
Cuando una figura con aspiración presidencial y fuerte presencia política toma el palco cómodo de la historia, el mínimo democrático exige una respuesta colectiva. No se trata de censura, sino memoria activa; No se trata de cancelación, se trata de consecuencias.